50 anys de la mort de Thomas Mann: desig i creació


Thomas Mann és un dels escriptors més imponents del S.XX europeu, i potser el que més va desitjar, després de patir les dues guerres mundials, la construcció d’Europa com una realitat cultural i política. Va reflectir magistralment l’atmosfera d’un món que periclitava i d’un altre que apuntava borrosament a l’horitzó, amb densos presagis de guerra i destrucció, a la seva obra senyera ,"La muntanya màgica". Home cultíssim i ponderat, va mantenir durant tota la vida, probablement amb molt de patiment personal, una fructífera relació creadora entre la seva condició bisexual (que els quaderns personals apareguts després de morir van confirmar plenament) i la seva obra literària. "Mort a Venècia" ho diu tot en aquest sentit, com també la complexitat de les relacions del protagonista Hans Castorp a "La muntanya màgica". D’aquesta relació tensa en neix la percepció de la bellesa com a art que demana convertir-se en expressió escrita. En el límit del desig eròtic de la bellesa Mann va crear literàriament el professor Aschenbach, però no és menys cert que Mann va ser Aschenbach durant tota la vida per donar forma al seu desig creador:

- "Razón de dicha es para el escritor el pensamiento capaz de transmutarse, todo él, en sentimiento, y el sentimiento capaz de devenir, todo él, idea. Una de estas ideas latientes, uno de esos sentimientos comedidos rondaba y obedecía por entonces al solitario: que la naturaleza se estremece de placer cuando el espíritu se inclina, reverente, ante la Belleza. Y súbitamente lo asaltó un deseo de escribir. Cierto es que, según dicen, Eros ama al ocio, y sólo para él fue creado. Pero en aquella fase de la crisis, la excitación del aquejado lo impulsaba a pro
ducir. Poco importaba el pretexto... Más aún, su aspiración era trabajar en presencia de Tadzio, escribir tomando como modelo la figura del efebo, hacer que su estilo siguiera las líneas de ese cuerpo, en su opinión divino, y elevar su belleza al plano espiritual... Nunca había sentido con mayor dulzura el placer de la palabra ni había sido tan consciente de que Eros moraba en ella, como durante esas horas peligrosamente exquisitas en las que, sentado a su tosca mesa bajo el toldo de lona, en presencia de su ídolo y con la música de su voz en el oído, dio forma a un breve ensayo inspirándose en la belleza de Tadzio, una página y media de prosa selecta cuya transparencia, nobleza y vibrante lirismo habrían de suscitar, poco después, la admiración de mucha gente... ¡Extrañas horas! ¡Fatiga extrañamente enervante! ¡Comercio curiosamente fecundo del espíritu con un cuerpo! Cuando Aschenbach puso a buen recaudo su trabajo y abandonó la playa, se sintió exhausto, interiormente derruido: era como si su conciencia lo estuviera inculpando después de una orgía."
("La muerte en Venecia", 1913, traducció Juan del Solar)


- "Allí estaba él, la mañana siguiente, en el hotel Dolder donde se hospedaba, vestido todo de blanco, digno hasta un punto menos que la regidez, pero con ojos más alertas y horizontales que la noche anterior. Varios hombres jóvenes jugaban al tenis en las canchas, pero él sólo tenía ojos para uno de ellos, como si éste fuese el Elegido, el Apolo del deporte blanco. Ciertamente era un joven muy bello, de no más de 20 años, 21 acaso; mi propia edad. Mann no podía quitarle de encima los ojos al muchacho y yo no podía quitarle la mirada a Mann. Estaba presenciando una escena de "La muerte en Venecia", sólo que 38 años más tarde, cuando Mann ya no tenía 37 (su edad al escribir la novela maestra sobre el deseo sexual), sino 75, más viejo aún que el afligido Aschenbach enamorando de lejos al joven Tadzio en la playa de Lido... En Zúrich aquella mañana, la situación se repetía, asombrosa, famosa, dolorosa. El circunspecto hombre de letras, el Premio Nobel de Literatura, el septuagenario Mann, no podía esconder ni de mí ni de nadie más, su deseo apasionado por un muchacho de 20 años que jugaba al tenis en una cancha del hotel Dolder una radiante mañana de junio del lejano 1950 en Zúrich. Entonces, una mujer joven llegó hasta donde se encontraba su padre, pareció regañarlo cariñosamente, lo obligó a abandonar su apasionada avanzada y regresar con ella a la vida de todos los días, no sólo la del hotel, sino la de este autor inmensamente disciplinado cuyos impulsos dionisiacos eran siempre controlados por el dictado apolíneo de gozar la vida sólo a condición de darle forma... Para Mann , lo vi esa mañana, la forma artística precedía a la carne prohibida. La belleza se encontraba en el arte, no en el prematuro cadáver de nuestros deseos informes, pasajeros, al cabo corruptos".
(Fragments de l’escrit de Carlos Fuentes " Un encuentro lejano con Thomas Mann", publicat a El País el 24 de juny de 1998)

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